martes, 28 de mayo de 2013

Si gano haría historia por...

¿Qué se juega cada equipo esta noche? ¿Por qué haría historia cada uno de los 6 equipos que hoy juegan en el caso de ganar y pasar a semifinales? La respuesta, a continuación



ACB Photo / J. Izarra





Laboral Kutxa –
Entrar en semifinales para el cuadro baskonista significaría completar una década fantástica entre los 4 primeros de la Liga Endesa. Desde la temporada 2002-03, cuando el TAU Cerámica cayó en una agónica serie de cuartos de final contra Unicaja por 3-2, los vitorianos no han vuelto a quedarse fuera en semifinales. Nadie ha jugado mejor los cuartos de final en los últimos años. De hecho, el balance hasta esta temporada era de 20 victorias y solo 3 derrotas y, si gana, seguirá siendo el que lleva alcanzando, como mínimo las semifinales, desde hace más años. En caso contrario, el Barça Regal –que no falta desde la 2005/06- puede quitarle el récord.





ACB Photo/A.Caparrós

FC Barcelona Regal – Ya que el Uxue Bilbao Basket le manchó a Xavi Pascual su inmaculada trayectoria en cuartos de final, con un 11-0 hasta el pasado domingo, al menos el técnico barcelonista puede mantener el récord de participaciones en cuartos saldadas con victorias. Desde su debut, en caso de ganar, sería un 6 de 6. Eso sí, la verdadera Historia, con mayúscula, esperaría en rondas futuras, ya que el Barça Regal tiene en su mano la opción de conquistar la Liga Endesa por tercera temporada consecutiva, algo que no se veía desde el propio Barça entre 1995 y 1997.



ACB Photo / M. A. Polo

Valencia Basket Club – Parece una anécdota pero resulta más que una curiosidad. Si el Valencia Basket entra este martes en semifinales, hará historia por lograr dos presencias entre los cuatro mejores de la Liga Endesa de forma consecutiva. Supondría la tercera clasificación histórica para semifinales del cuadro de Perasovic, un conjunto habituado a codearse con la élite de la competición y que podría empezar a sentirse uno de los cuatro mejores si se acostumbra a esa ronda.






ACB Photo / E. Casas

CAI Zaragoza – Simple y llanamente, se convertiría en el mejor debutante en la historia del Playoff. Y es que jamás un equipo que ha jugado el Playoff de la Liga Endesa por primera vez, como es el caso de un CAI que pese al nombre es un equipo diferente a aquel mítico de Zaragoza, ha acabado pasando de ronda. Ninguno ha llegado a semifinales y los de Abós, que hace 10 días superaron su tope histórico y su mayor diferencia, a los pocos días firmaban registros negativos y el domingo volvían a protagonizar un buen número de récords, se encuentran a un paso de hacer historia. Pero de la de verdad.






ACB Photo / A. Caparrós

Uxue Bilbao Basket – Técnicamente, acabaron con una maldición el pasado domingo, venciendo al FC Barcelona Regal por un punto. En sus anteriores 6 compromisos en Playoff, el cuadro barcelonista había vencido, incluido el histórico 3-0 en la final de hace un par de años. Ganar les haría vengarse de su mayor verdugo en estas rondas y clasificarse para unas semifinales por segunda vez en su historia. Es más, se presentarían en semifinales en idéntica situación a 2011. Partiendo como sextos, cargándose con factor cancha en contra el tercero en la regular… y sin nada que perder. El precedente no podría animarles más. Acabaron en la final.


ACB Photo / M. Henríquez

Herbalife Gran Canaria – Como contra Joventut en 2007. Como frente al Unicaja en 2009. El cuadro amarillo está a un paso de derribar una barrera histórica. Una maldición, un gafe, un escollo insuperable. Hasta esta temporada, eran 16 presencias en cuartos de final… y 16 derrotas, 9 en Playoff de la Liga Endesa y 7 en fases finales de la Copa del Rey. En febrero, en Vitoria-Gasteiz, los de Pedro Martínez lograron quitarse esa presión para siempre de encima tras ganar en cuartos al Uxue BB y colarse entre los 4 mejores. Ahora, el objetivo, es hacer lo mismo en Liga Endesa para que nunca más se vuelva a recordar los precedentes en cada presencia canaria en la lucha por el título.



Algunos más, algunos menos. Cada cual con sus circunstancias, su historia o sus necesidades, pero la llamada es común. Este martes la historia les espera.






via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/todoesposible/post/si-gano-haria-historia-por

lunes, 27 de mayo de 2013

Vasileiadis-Toolson: Hermanos de épica

“Sentir la camiseta”, “dejarse el alma en la cancha” o “jugar con sangre, sudor y lágrimas” son tópicos del deporte, hipérboles que buscan la conexión total entre el protagonista y el aficionado, capítulos de heroicidad espontáneos que humanizan a las estrellas… para transformarlas en leyendas.

El domingo, dos jugadores llamaron con fuerza a ese club de la épica alcanzada por aquellos que dieron más de lo que tenían, solo por un equipo, por unos colores y por una victoria. Kostas y Ryan, Ryan y Kostas, caminos cruzados para un destino común.



El 14 de abril empezó la pesadilla para Kostas Vasileiadis. Ese día, su Uxue Bilbao Basket luchó por conquistar la Eurocup pero él, pese a sus 16 puntos, no pudo volver con una sonrisa de Charleroi. Incluso, un par de tiros libres suyos fallados justo antes del descanso era señalado por parte de Katsikaris como ejemplo de la mala suerte vivida durante toda la final.

“Es un momento difícil para nosotros pero esto no nos debe parar. Tenemos que pasar página y que seguir adelante”, afirmaba, ignorando que otro fallo en un tiro libre 7 días más tarde, con un 102-101 adverso en el marcador a falta de 3 segundos, supondría la derrota contra el Canarias pese a sus 21 puntos.

Parecía una mala racha, pero al fin y al cabo todo quedaba en clave deportiva, donde un tiro libre errado, o tres, debían ser pura anécdota al lado de su trayectoria o su misma temporada. Sin embargo, una lesión se cruzó por su camino. Un hematoma óseo le dejó sin jugar contra el CAI Zaragoza y, a los tres días, solo pudo jugar 9 minutos testimoniales (0 puntos, 0 de valoración) frente al Laboral Kutxa. Habría que parar del todo.

Kostas no viajó a Sevilla. Kostas tampoco estuvo contra Valencia Basket o Blusens Monbus, viendo impotente como el anhelo de luchar por la cuarta plaza se esfumaba sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Para colmo, se probó antes del primer partido de cuartos contra el Barça Regal pero, al ver Katsikaris que el encuentro se le iba a los suyos, decidió no forzar y reservar al griego para el segundo encuentro.



La derrota por 26 puntos pesaba pero el regreso de Vasileiadis suponía el contrapunto. La esperanza. Y ni siquiera disimuló su decisión. “Sí, voy a estar seguro en el partido. Yo creo que podemos ganar, ¿por qué no? Daba igual perder por 1 que por 20. Ahora debemos igualar la serie y seguir soñando”}.

Con él, Miribilla lo sabe hacer. Somnífero del sueño dulce, su puesta en escena, tras el impulso inicial de Grimau, permitió el despegue de su Uxue Bilbao Basket y, a la postre, el triunfo final. Renqueante, sin ritmo de juego ni de competición pero con un corazón más grande que su apellido, Vasileiadis regaló 5 minutos y 56 segundos de épica a su afición durante el segundo periodo.

7 puntos (4/5 Tl, 1/1 T3), 4 rebotes, 2 faltas recibidas, 1 robo, 13 de valoración… y una jugada, simbólica y letal. Tras pase de Samb, desde la esquina, a mitad de camino entre el aterrizaje para llegar hasta allí en carrera y el salto para tirar a canasta, soltó el balón como un resorte sin que Lorbek pudiese rozarlo. El pabellón se vino abajo. Triple, máxima en el luminoso (48-30), saludito militar a la grada y un aviso a navegantes. En el tercer partido estará. Y con él, siempre todo es diferente.



Uno nació en Salónica y el otro en el corazón de Salónica. Uno iba de negro y otro, de amarillo. Jugaban a 2.400 kilómetros de distancia y cada uno sufría un dolor diferente. Mas, este domingo, Kostas Vasileiadis y Ryan Toolson fueron hermanos de épica. Parientes muy cercanos en cuanto a compromiso e implicación.

Ryan Toolson también sufrió la condena de las lesiones en la recta final de la liga regular, perdiéndose el partido de la Jornada 32, frente al Lagun Aro. Malditas molestias en los isquiotibiales que le impedían entrenarse y que, cuánto le dolió aquello, le dejaron incluso sin poder viajar a Vitoria-Gasteiz para jugar el primer partido de cuartos.



Quizá nunca sabremos si un final menos cruel para su equipo hubiera pospuesto su reaparición. Si la rabia que tuvo tras la derrota agónica de su Herbalife Gran Canaria no le dio aún más fuerzas para intentarlo, para luchar por llegar al segundo partido. El sábado, se probó, necesitando atenciones durante todo el entrenamiento, sin perder la esperanza de poder ayudar el domingo a su equipo.



Lo consiguió. Cuando entró, con 7 minutos del partido ya transcurridos, miró al CID, vestido de amarillo. Imposible no luchar por esa gente. Imposible no luchar por sí mismo. Sus 5 puntos con su firma seguidos nada más empezar el cuarto, los entremeses. Abrían el apetito, sí, pero también los espacios en pista y las opciones de su equipo.

El plato principal, el triple en la cara de San Emeterio para hacer creer más que nunca a los suyos en la victoria (63-64), a falta de dos minutos para el final. El postre, sus 4 puntos seguidos para alejar a su Herbalife Gran Canaria en la prórroga, con canastón incluido por el camino.

Mientras subía la bola, cual base, pudo pensar en los trenes perdidos en Italia o en la misma lesión nada más aterrizar en Gran Canaria que le obligó a pasar por el quirófano y le puso cuesta arriba su adaptación al equipo. Mientras celebraba, cuál héroe (17 puntos, 20 de valoración), el dolor físico o el esfuerzo para llegar al encuentro, eran por fin peajes pagados con sentido, una forma algo extrema de transformar la alegría en éxtasis.



Las frases hechas tomaron cuerpo y el compromiso se comió a los topicazos. Vasileiadis y Toolson, héroes desde el banquillo, héroes desde el dolor. Hermanos de épica y gloria. ¿Podrán aumentarla el martes?





via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/todoesposible/post/vasileiadis-toolson:-hermanos-de-epica

sábado, 25 de mayo de 2013

Sergio Rodríguez: La sencillez de dos momentos

Si, como escribió una vez Thomas Fuller, “todo es muy difícil antes de ser sencillo”, Sergio Rodríguez ya entró en una fase en la que lo más cómodo es ser decisivo y el camino más corto, la magia. Como si todo lo duro, las dudas, las expectativas sin cumplir o los sueños agridulces, fuesen parte ya solo del pasado.



Los números pueden gritar cualquier cosa. Los números pueden jurar en arameo. Los números pueden decir que hubo hasta tres jugadores con idéntica o mayor valoración que el canario, pero el baloncesto siempre fue idioma de juego y no de cifras.


ACB Photo / A. Martínez

Y en cuanto juego, al menos en el primer partido de los cuartos entre Real Madrid y Blusens Monbus, el Chacho fue el rey. El segundo cuarto, su corona. El base ya avisó al entrar en los compases finales del primer periodo con un coast-to-coast espectacular que murió con la falta de Junyent. Fue como si, mientras se pasaba en carrera el balón entre sus piernas, les dijese a todos sus rivales que el encuentro iba a ser suyo. Lo fue.



Ocurrió en el segundo cuarto, allá cuando decidir, aún tan lejos del final, parece pura quimera. La primera escena, una canasta regalada desde la mismísima nada a Felipe Reyes. A la siguiente jugada, intento de triple, salto y en el aire, como si el tiempo fuese más lento cuando a él le da por inventar, cambio de planes y asistencia a Felipe que, otra vez él, se vio obligado a encestar cuando le salía del alma era aplaudir. Segundos más tarde, un pase más terrenal a Carroll para el 2+1 de Jaycee que confirmaba el despegue blanco. Se cerraba el telón.



Segundo acto, siempre en el segundo cuarto. Adicto al contraataque, a la carrera, a cambiar el encuentro de revoluciones y hasta de concepción, en plena cabalgada bota, mira a la izquierda, dirección la grada y, sin dejar de correr, asiste a Rudy Fernández, que pone a los suyos con 10 de ventaja. Siguiente flash. Coge el balón en su propia zona, atraviesa el campo, amasa el balón, lo siente suyo, se acerca a la zona, da un paso atrás, prueba el tiro literal y anota.


Su tercer chispazo haría que todo saltase por los aires. Robo en mitad de la pista y, en lugar de contemporizar o de jugar con el tiempo y la ventaja, un impulso que le pide jugársela y pasar el balón de un lado a otro de la cancha. Mirotic espera debajo del aro y convierte para poner un 48-33 con sabor, orgullo y embestidas visitantes a un lado, a sentencia. Se volvía a cerrar el telón.


ACB Photo / A. Martínez

Hubo más. Penetraciones pasándose el balón en el aire por la espalda, un triple, algún guiño más de magia en forma de pase o más carreras entre la locura y la serenidad, pero el choque ya nunca fue el mismo tras sus dos actos determinantes.




Y es que, como partes de su obra, existieron dos partidos. Uno de 16 minutos, sin Sergio Rodríguez, que se llevó el Blusens Monbus por 30-32. Otro, con el canario volando en pista durante 24 minutos, con 60-43 para su Real Madrid. La sencillez de dos momentos.


Daniel Barranquero


@danibarranquero


ACB.COM






via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/todoesposible/post/sergio-rodriguez:-la-sencillez-de-dos-momentos

viernes, 24 de mayo de 2013

La tortura interior del Valencia Basket

El choque granítico de Serhiy Lishchuk, el fade-away de Justin Doellman, el rebote ofensivo para mate de Vitor Faverani, la continuación para hundirla de Bojan Dubljevic, el vuelo de Florent Pietrus para interceptar un balón... La variedad interior del Valencia Basket parece encontrar un punto común en la intensidad aparente de todos sus jugadores, excepción hecha, tal vez, de un Doellman constituido por una naturaleza más estética que la de sus compañeros.


Contundentes en la finalización, en el tapón, en el cuerpo a cuerpo defensivo, en el derroche de intensidad. En la tortura. Porque eso ha sido el ejército interior del Valencia Basket para el CAI Zaragoza. Unas fuerzas especializadas en el sometimiento hasta la mínima expresión de su oponente. Una sucesión de cuerpos diseñados para el baloncesto capaces de alternarse para que la intensidad acabara rozando el infinito durante prácticamente todo el partido.


El ejército interior taronja dejó a los zaragozanos en la mínima anotación en la historia del Playoff y permitió unos 38 de ventaja que son el tope valenciano en las eliminatorias por el título y la sexta mayor diferencia histórica. Números de apisonadora nacida a partir de constantes balones a la pintura, a partir de exteriores que podrían vivir solo de surtir balones a los interiores.


El perfil poco anotador de Rodrigo San Miguel y Stefan Markovic, los dos bases, dibuja un escenario que favorece a los hombres interiores, sobre los que ha girado el juego durante buena parte del primer partido de cuartos de final del Playoff de la Liga Endesa. Allí donde el dominio ha sido más aparente. Porque no hay nada más visual que un tapón o un mate. Porque son los interiores los que hacen que el dominio tome una imagen de dominio más bruta.



53 puntos de los interiores valencianistas, 11 más que el CAI Zaragoza al completo. Aunque el dominio del Valencia Basket ha sido tan absoluto que cualquier comparación numérica, por disparatada que fuera, le colocaría como vencedor. Más allá de eso, su juego interior brilla, llegando a final de temporada como solo se podría haber soñado hace un par de meses.


Las lesiones, a la vez que han propiciado la alternancia de brillo entre diversos jugadores, han mermado el techo del juego interior de Velimir Perasovic. El que ahora reparte minutos a partes iguales se ha visto obligado a concentrarlos en algunos jugadores y a fichar refuerzos (Lauvergne, Hrycaniuk, Hanley) ante las múltiples bajas. Faverani se ha perdido 14 partidos de la Liga Endesa, Lishchuk y Pietrus ocho cada uno y Doellman y Dubljevic uno.


Pero, si el primer partido de cuartos de final fuese la verdad, todo eso ha quedado atrás. Años atrás, parece. Y es que las dos incógnitas de la ecuación interior parecen haberse despejado. Florent Pietrus recupera la plena actividad física tras casi dos meses de baja y Vitor Faverani, cuya aportación en las últimas jornadas de la Liga Endesa no parecía a su altura, se ha desatado con un partido que confirma la fuerza desatada en el pasado Playoff 2011-12, que le valió prácticamente todos los elogios.


Si sumamos la gran recta final de temporada de Bojan Dubljevic, que ha despertado la acérrima defensa de la afición, y el MVP de mayo de Justin Doellman, el resultado es un juego interior envidiado. Por impacto, por naturaleza, por variedad, por intensidad. Con el Real Madrid abandonado a su enorme capacidad exterior, el Barça Regal reformándose con la llegada de Mavrokefalidis para suplir a Jawai y esperando todavía el modo estelar de Lorbek, las banderas interiores baskonistas ondeando a media asta, el Valencia Basket busca la legitimidad para autonombrar a su juego interior el más importante de la competición.


El primer argumento lo pone una enfermería vacía. El segundo, una exhibición histórica. El tercero, unas semifinales que, tras los 38 de diferencia, parecen más cercanas que nunca.


David Vidal


ACB.COM






via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/todoesposible/post/la-tortura-interior-del-valencia-basket

miércoles, 1 de mayo de 2013

La lengua del aire


Hay más de un centenar de libros de entidad en torno a Michael Jordan, una de las poquísimas figuras que ingresar a gusto en ese vano debate sobre el mejor deportista nunca visto. Y aun ese ingente volumen editorial palidece ante la incalculable masa de contenidos publicados en el mundo por su nombre y motivo. Casi con toda seguridad Jordan sea el deportista más referenciado de la historia.



Hace no demasiado parecía impensable que Jordan pudiera contar algún día 50 años de edad. Que su existencia misma no luciese siempre de corto y rojo o que fuera de ese cuadro joven y celestial tuviera algún sentido. Es como si durante mucho tiempo, tal vez demasiado, nadie hubiera previsto –ni decir que deseado– este 50 aniversario de Michael, del joven Michael, un cumpleaños entre intruso y absurdo que irrumpe como si no hubiese ahora nada que decir. Nada nuevo de importancia. Porque en su caso, en el extraordinario caso de Michael Jordan, resulta ya muy difícil aportar algo no dicho o sugerido antes.



Hubo un momento en su carrera, un tiempo incluso temprano, en que abordar el fenómeno Jordan, hacerlo tangencialmente o en profundidad, desafiaba el uso del lenguaje, como si la mayor herramienta de que se ha dotado el hombre no alcanzara a describir el insondable despliegue de sus realidades. “Words no longer suffice when the subject is Michael Jordan”, reconocía Fortune ya en 1998.



Y así ocurre que este dilema, biográfico y semántico, vuelve a asomar nuevamente. Porque el rescate de cualquiera de sus gestas sonará ya contado, como un eco adjetivo que se viene repitiendo sucesivamente el último cuarto de siglo. Y de seguro el siguiente. Porque Michael Jordan no es ya el nombre de nadie, nadie concreto de carne y hueso. Sino toda una expresión –fonéticamente impecable– sinónima de cuanto sugiere la doble noción de gloria y eternidad.



Aun con todo, merece la pena intentarlo.



…………………………………………………



Es de sobra conocido que a su llegada a la NBA en 1984 Jordan pretendía a Adidas como firma deportiva. Pero Adidas no correspondió. La compañía concentraba entonces su interés en el mercado internacional y ninguna razón de peso en Michael. En cambio Nike puso todo su empeño en cortejar a la joven promesa, muy suspicaz al pequeño tamaño y gran incertidumbre de la marca.



Tras unos escarceos, resumidos en el tenaz deseo de Jordan hacia Adidas en detrimento de Nike, el novato terminó firmando por esta última a condición de que la marca le destinara un modelo exclusivo de zapatillas. Nike aceptó y acuerdo cerrado.



El equipo de diseñadores de Nike estaba dirigido entonces por Peter Moore, que tenía ante sí el reto de radiografiar a Jordan con un símbolo publicitario incontestable. Moore reunió a su gente en torno a la mesa de trabajo haciendo acopio de todo el material gráfico disponible, entre el que se encontraba el Especial Olímpico de verano de la revista LIFE. Ojeando entre sus páginas Moore se detuvo en una fotografía que llamó a gritos su atención.





Life, 1984



Sobre un decorado crepuscular, presidido por una canasta de exagerada estatura, Jordan volaba al mate con el balón arriba en su mano izquierda y las piernas muy abiertas. Detenido en esa imagen, inspirado por ella, Moore experimentó el espontáneo fogonazo de los creadores, una visión de lo que andaba buscando: la intuición de una silueta.



Y con el guión en la mano Moore pasó a la acción de montar un estudio fotográfico al aire libre, aplastar al fondo el skyline de un Chicago también crepuscular y obtener de Michael una réplica mucho más perfecta que el original.



Ante una canasta de talla convencional y escuálido andamiaje –un elemento cuya escasa importancia revela la verdadera prioridad del motivo– es, pues, de imaginar la instrucción dada: “Salta abriendo las piernas y lleva el balón arriba con tu mano izquierda como si fueras a hacer un mate”. La imagen de LIFE serviría además de patrón: “Quiero algo como esto”. Pero menos rudimentario y salvaje. Algo como más lineal y simétrico, de mejor acabado, algo en suma más perfecto.



Jordan obedeció haciendo su naturalidad el resto. Y la fotografía por la que el equipo de Moore suspiraba se hizo realidad. Una imagen había sido concebida. Pero aún restaba otra gestación hasta el nacimiento del símbolo, al que bautizaron como Jumpman.





Jumpman







Es debido reseñarlo. Pese a concebirse como icono Jumpman no nació como tal. Lo hizo como una fotografía que incorporar a la etiqueta de las primeras Air Jordan en marzo de 1985. Y no sería hasta tres años después que la imagen se hizo hombre y el hombre imagen. Y no sin la favorable intervención del destino.



En 1988 el contrato de Michael con Nike tocaba a su fin. Y Peter Moore quiso jugar sus cartas tratando de llevarse a Jordan consigo a una nueva compañía de zapatillas de su creación llamada Van Grack. Pretendía hacerlo junto a otro diseñador amigo suyo de nombre Rob Strasser. Para entonces Moore ocultaba un diseño preliminar de las Air Jordan III. Pero el tiempo no jugó a su favor.



Enterado de esta operación el director de Nike, Phil Knight, contrario a perder a la joya de su proyecto, ordenó a un diseñador de su confianza, Tinker Hatfield, la creación de las Air Jordan III, para lo cual debía apresurar una idea brillante y evitar así cualquier intento de fuga. Hatfield contó con la ayuda de otro diseñador, Ron Dumas, y juntos obraron el milagro. En dos semanas alumbraron el modelo solicitado, puede que aún hoy el de mayor éxito de la compañía. Por primera vez unas Jordan incorporaban la impresión de la silueta Jumpman en las lengüetas. Una impresión en un vivo color rojo.



Cuando Michael descubrió el diseño entre enormes láminas que cubrían una de las paredes del estudio en Brooklyn quedó maravillado. Fue el golpe de gracia, la conquista final. Nike lograría retener así a su figura. Y de paso, ahora sí, dotar a Jumpman de su condición de logo, un terreno que por diversas razones no había sido alcanzado por la también fabulosa Wings .



El resto es historia. La historia de un icono cuyo precio, en términos de ingresos, superaría con creces los cinco mil millones de dólares en el siguiente cuarto de siglo.



Eso fue todo. Todo lo dispuesto a ingresar en los libros.



…………………………………………………



Sin embargo es posible acudir más allá, incluso cuestionar la hegemonía de lo ocurrido, para lo cual es preciso elevar todo esto a su aspecto semiológico, a una interpretación mayor del símbolo.



Lo que Jumpman despierta en el imaginario colectivo reposa sobre un gigantesco equívoco. Ese grafismo promueve la irresistible concepción de un mate, el vuelo al mate de Jordan como no procedería además interpretarlo de otro modo. Y no fue así en realidad.



Tratándose de una maniobra publicitaria no hay nada extraño en la existencia de un truco. Pero tampoco en descifrarlo, como así lo haría el mismo protagonista.



“…my logo. I wasn't even dunking on that one. People think that I was. I just stood on the floor, jumped up and spread my legs and they took the picture. I wasn't even running. Everyone thought I did that by running and taking off. Actually, it was a ballet move where I jumped up and spread my legs. And I was holding the ball in my left hand” (Hoop, “Michael on Michael”, Apr. 1997).




Un movimiento de ballet, sellaba el mito.



Todo esto carecía, pues, de importancia. Nike no solo se había hecho con Jordan. También con su imagen. Y transcurrido el tiempo suficiente para derramar cuantas glorias quepa imaginar –una década bastaría– la importancia del logo cobraría una dimensión universal, una dimensión superlativa, una sobredimensión en cualesquiera términos. Porque valiéndonos de la atribución más recurrente en Jordan, esa que lo refiere como deidad, es posible concluir que Nike había alumbrado la viva imagen de Dios, fotografiándole para la eternidad, como si ninguna otra radiografía, ningún otro símbolo valiera para cumplir igual cometido, tal es el inmenso poder de una multinacional en su obra maestra.



Y no es otro el problema de concepto que traer a colación. Considerar si Jumpman, la silueta de una coartada que muestra a Michael con su balón en la mano izquierda abriendo las piernas, hace justicia plena a su figura; examinar su conveniencia, calibrar su acierto retórico y formularse, por el mero placer de hacerlo, si Jumpman, como la quintaesencia del jugador Michael Jordan comprimido hasta el último átomo, cumple en justicia su valor de arquetipo. Si esa silueta sin suelo ni cielo concentra, en suma, la manifestación simbólica más exacta de cuantas Jordan haya podido legar.



La respuesta es no.



Y aunque en el motivo de esta pieza pueda figurar el propósito de cuestionar la idea de Jumpman –también llamada The $5.2 Billion Image– lo es mucho menos que encontrar un arquetipo, sea o no silueta, más ajustado a la realidad, a la realidad material de su carrera deportiva sin omitir la cualidad poética de su simbolización.



La pregunta formula, pues, la posible existencia de alguna imagen en Jordan de condición netamente superior al resto de cuantas brinda su inmenso legado.



Y aquí la respuesta es sí. Y lo es desde incluso antes de Jumpman, por lo que resultaría además muy sencillo encontrarla.



Basta invocar esa imagen en el Jordan jugador. Pero casi mejor hacerlo con la memoria gráfica del espectador, la que visualmente quedó grabada con más fuerza en su retina. Al hacerlo se comprende además que las cuestiones técnicamente inabordables no lo son en realidad. Que hay infinidad de aspectos y dimensiones perfectamente manejables bajo prismas de aplicación muy escasa. Hablamos de la gramática del movimiento, de su composición y estructura, de la biomecánica y de eso que algunos técnicos bautizaron como dinámica de replicación –Replicator Dynamics– y, en este particular caso, una pequeña pero espléndida porción de esa fascinante disciplina moderna conocida como Cineantropometría.



Tal vez ningún deportista se preste a ella con igual sentido y profundidad que Michael Jordan.




A modo de prólogo



De un tiempo a esta parte ha venido ganando fuerza la idea de que ningún jugador es equiparable a Kobe Bryant en volumen de recursos. Y urge matizar aquí algo.



Los recursos son herramientas, útiles que la técnica proporciona, un campo de validez universal que en su momento dimos en llamar técnica de orden . Este campo no recoge el juego en su totalidad. No formalmente. Para encontrar ese valor hemos de ampliar notablemente la perspectiva hasta admitir dominios mucho más vastos que derramar en los márgenes de la estética. Es en esta disciplina donde poder hallar y calibrar el yacimiento formal ofensivo de todos y cada uno de los jugadores habidos.



Hecho esto, sigue sin darse en el baloncesto mundial un caudal equiparable al ofrecido por Michael Jordan en toda su extensión. Es lo que tiene la técnica de caos, para la que el mito pareció también haber nacido: que únicamente el tiempo, la salida de escena, el adiós definitivo, es capaz de poner fin.



Y en el arte de anotar, de una forma u otra, no hubo una versatilidad mayor, un más abundante yacimiento formal para cuya hegemonía Michael no precisó, en realidad, más que nueve años, su primer ciclo (1984-1993).



Una variedad semejante inclinaría a pensar que ningún otro jugador resulta más difícil de radiografiar de una sola vez. Y sin embargo Michael lo puso más fácil que nadie. Fue su elección hacerlo así.



Todos los jugadores terminan agrupando sus recursos en categorías que el tiempo hace más y más visibles. Y especialmente los de mayor yacimiento. Mientras el jugador se reconoce en ellas es también a través de ellas que nosotros reconocemos a los jugadores. De un picado en Magic Johnson a un fade away en Bryant a un gancho en Jabbar a una estatua de la libertad en Worthy hay algo poderosamente identitario en cada uno de ellos.



Jordan tampoco faltó a la fase dactilar del juego reconociéndose así a través de no pocas categorías. Mucho antes de apagar su fuerza en la técnica de orden (2001-2003) su volumen de categorías técnicas y estéticas operativas fue, como se ha dicho, el más alto y variado de la historia. Se trata, pues, de encontrar la más hegemónica de todas ellas.




Arquetipo postural en Michael Jordan



Dentro de toda esa diversidad en su largo esplendor cabe destacar su profusión en el arte del mate, una relación directa entre Jordan y el aro. Y dentro de ese nutrido volumen una querencia absolutamente natural por una particular tipología, puede que la más sencilla y auténtica de sus elecciones. Se trata de hecho de una de las más impecables formas de abordar el hierro nunca expresadas. Y de tal replicación en su caso, una categoría en sí misma.



Durante toda su vida deportiva Michael expió buena parte de su energía viva en un tipo de embate al aro de su exclusiva creación. Esa forma implicaba siempre una variable entrada en carrera, una batida a dos piernas, una visible lateralidad del cuerpo, una irresistible inclinación troncal y una majestuosa culminación a una mano. Éste y no otro es el mate arquetípico en Michael Jordan. Un gesto de específica originalidad que ya prodigaba en North Carolina y que no abandonaría nunca. Un tipo de breakaway de patente exclusiva, dado que antes de Michael este tipo de ensayos al hierro brillaban bien por su ausencia bien por formas muy vagas o rudimentarias.







El volumen de replicación de Jordan en este mate, en su mate por excelencia, es incontable. Pretender su medición es tarea de otra vida. Aquí solo se subraya su insistencia, derramada sin geografía ni tiempo. Así la batida en Detroit a los pocos días de llegar a la liga, el vuelo sobre Turpin, la rotura del tablero en Trieste, el mate sobre Ewing, su ensañada reiteración en el Madison, su feroz versión en Barcelona o su acción escogida en las Finales de 1996 reiteran un formato estético, dilatado en años y centenares de partidos, sumamente reconocible, exclusivamente suyo y sin duda el más abundante de su inmenso repertorio.



De hecho no hay espectador de la era Jordan que no experimente una poderosa familiaridad, una automática adhesión a una de sus acciones de plena categoría formal más repetidas en vida y de inalcanzables vigor y explosión en el Jordan sin anillos.







Por alguna razón puramente genética, íntimamente ligada a la combinación de potencia y ligereza, Michael gustó siempre de abusar de este privilegio físico, entregando a la psique la inercia de la repetición.



En un tiempo incluso temprano hubo quien estimó conveniente perpetuar este particular género de mate. El ojo artístico pertenecía al legendario fotógrafo deportivo Walter Iooss, que a diferencia de Nike tuvo el acierto de permitir a Jordan sumergirse en su hábitat natural sin consigna alguna. Como resultado, una primordial justicia gráfica en la obra conocida como Blue Dunk .





Blue Dunk ( Lisle, Illinois, 1987)



Reclamado por Sports Illustrated para un reportaje Iooss pretendía capturar una sombra y aplastarla en el suelo sin ocultar su motivo. Cuando vio el resultado de sus disparos (14 frames/seg) desde lo alto de una plataforma hidráulica para obtener una toma cenital, quedó más que satisfecho. “De todas las fotografías que he tomado de Michael, es mi favorita”. Iooss compartía con Nike la mutua satisfacción a ensayos muy breves con Jordan, como si cualquiera de sus inmersiones en el aire fueran un rotundo éxito sin necesidad de aspavientos. “Nadie había llegado tan lejos”, declaraba orgulloso el autor años después.



El fotógrafo llevaba razón. Pero lo hacía con arreglo a la técnica de imagen. No a lo realmente importante de su fotografía, que no eran ni la sombra ni el fondo ni el contraste. Era el cuerpo mismo de Jordan el que moría ya entonces por perfilarse en el aire a través de unas pocas propiedades, de una identidad sin igual.



Aquel mismo año Jordan firmaría la más perfecta ejecución de un windmill lateral hasta la fecha. En ella se recoge la quintaesencia de su quintaesencia. Una entrada circular, una batida suave, un majestuoso despegue y la sublimación de un atributo -The Windmill- que incorporar en concurso a su mate matriz.






Seattle, 1987 ("That is Air Jordan at his best", Rick Barry, CBS)



Este género de breakaway, como un patrimonio genético, presentaba repetidamente una serie de propiedades:




- Lateralidad en el embate al hierro.


- Inclinación del tronco (a la perpendicular de 20º-35º).


- Extensión superior brazo ejecutor.


- Tensión compensatoria brazo inerte.




Y otras dos de igual fascinante interés:




- Hiperextensión de la mano izquierda.


- Distensión lingual.





El aire tenía lengua



A la pregunta de por qué su hijo acostumbraba a sacar la lengua James Jordan respondía con la ingenua benevolencia de un padre. Que tanto él como el abuelo solían hacerlo cuando estaban enfrascados en una tarea que precisara concentración. Incluso se animaba a escenificar el gesto sacando únicamente la punta y cerrándola entre los labios. El gesto se explicaba así a simple modo de herencia familiar.



Aun siendo veraz esta explicación no obraba su cometido. De hecho quedaba muy lejos de lograrlo.



La propulsión de la lengua en Michael Jordan, ese fulminante latigazo reptiliano en la fase terminal de muchas de sus acciones, no era más que el brutal acto reflejo de un excedente de energía creativa al momento mismo de estallar. Una de las fases más complejas en la biomecánica del deportista durante una acción decisiva presenta la azarosa convulsión muscular buena parte de la cual no tiene un sentido claro, definido, útil. En la plástica refleja el cuerpo muscular activa un ingente volumen de resortes. En el caso de Jordan ese excedente reflejo operaba también en la lengua, disparada como acto de fuerza expresiva en quien reclama toda la atención al momento exacto de escenificar su particular número.



La distensión lingual en Jordan, uno de los gestos más hipnóticos en la historia del deporte y sin embargo menos abordados, no era más que una pequeña parte visible en la fugaz fase de activación muscular superior, de rendimiento cumbre, de hiperestimulación biomecánica.








La mano izquierda del aire



Asimismo sorprende observar la increíble regularidad gráfica de su brazo izquierdo como ala de equilibrio compensatorio. Y aún más la violenta hiperextensión de su mano libre.



Mientras el reflejo de la lengua templó con los años la tensión del brazo inerte no lo haría nunca, siendo además un factor increíblemente persistente en toda su variedad de mates.



Adentrarse en las razones importa menos que el resultado gráfico de la obra en su gesto más hegemónico, donde se puede observar, en términos de energía, un celérico desplazamiento del centro de gravedad a la periferia; el llamado efecto de eslabonamiento o propagación –Linkage Effect– poderosamente vinculado al de fijación y cierre –Lock-in Effect– que permitía acompactar la figura en un molde invariable al paso del tiempo. Durante una fase infinitesimal el cuerpo de Jordan adoptaba así una geografía específica que liquidaba toda desviación aleatoria, constituyendo un modelo homogéneo, fuertemente integrado, en el campo menos común para ello: la plástica refleja.



El lenguaje del cuerpo es inescrutable. Pero al igual que ocurría son su lengua esa mano libre sin duda chillaba de pura expresión.




Springfield Civic Center (Springfield, Massachusetts, 1988)




Todo esto no son cualidades fronterizas. Antes bien resultan tan esenciales que acaban por describir un patrón espacial ya después nunca repetido.



Una categoría tan básica en el mate ha sido, por supuesto, posteriormente replicada en una inmensa diversidad de matadores de toda posible escala. De Hammonds a Bryant a Carter a Griffin pasando por una dignísima réplica de contagio en Scottie Pippen, esa suerte de embate lateral al hierro sería en adelante muy común.



Pero el grafismo esencial sin puntos de ruptura ni dispersión de energía, ese molde entregado a una personalísima plástica figurativa –formar figuras en el aire– tiene en Jordan su más sublime expresión. Un tramo ideal que ni siquiera el baloncesto, en términos de utilidad, está en condiciones de poder explicar.



Tal vez haya sido esta dificultad, como sufre el lenguaje ante ciertas piezas de arte, el principal valor en Michael Jordan, la teoría de que su obra repose con absoluta prioridad en lo puramente sensacional, así como acertó a referir Carson Cunningham: “The descriptions indicated the effect Jordan’s actions could have on the human mind” .



Nike creó un arquetipo. Puede que el de mayor éxito en la historia del deporte. Pero igualmente un artificio. Y en términos de realidad, de justicia gráfica, de belleza y profundidad de significado, ni remotamente comparable al descrito, sin duda el más predominante, superlativo y genuino de su colosal legado estético. Y el de mayor evidencia además.







Así pues Jumpman cabe con facilidad en Jordan . No a la inversa.





……………………………….






Uno de los bocetos preliminares descartados por Nike / La lámina recoge la pregunta del equipo de Hatfield: "How Do We Mark The Air Jordan Product?" (Gotta Be the Shoes, Michael Jordan's 50th Anniversary, ESPN's Sports Center, 2013)







via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/elpuntog/post/la-lengua-del-aire

Invasión o Victoria: Extranjeros en la NBA


El pasado 19 de noviembre se anunciaba la salida al mercado de un libro. Es un libro de historia. Es un libro de baloncesto. Es una obra que tenía que existir.



Muy gráficamente resume su contenido la nota de prensa.



.................................................
















via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/elpuntog/post/invasion-o-victoria:-extranjeros-en-la-nba

Senior Year Blog

Dicen que el tiempo vuela, y aunque mis ganas por graduarme me hagan pensar a veces lo contrario, el hecho de empezar mi cuarta y última temporada (Senior Year) con MSOE hace que me plantee mi vida de otra forma.



Hace ya cuatro años que mi amigo Dani Martí y yo nos embarcamos juntos en esta aventura, en Rio Grande, OH. Ahora, años después, en Milwaukee esta vez, sigo pensando que fue la mejor decisión de mi vida. Estados Unidos me abrió puertas que no habría tenido en España. Me dio una gran educación, la posibilidad de no cerrar ninguna puerta y seguir estudiando y jugando al baloncesto. Me permitió conocer a muchísima gente que espero pertenezcan a mi vida un largo tiempo. Y lo más importante, me dio unas memorias, unos recuerdos, que estarán conmigo el resto de mi vida.



Aquí, seguimos navegando. Pasé este año mi primer verano en Milwaukee y hay que decir que es bastante mas agradable que los inviernos… Trabajé como ingeniero para una empresa internacional; Carlisle Transportation, y le metí muchas horas a la empresa que 2 compañeros más y yo abrimos el año pasado en MSOE, y con la cual acabamos de abrir en la segunda universidad de Milwaukee.





Después de lo bueno, esos tres meses de “vacaciones” que todo estudiante echa de menos una vez se gradúa, toco volver a la rutina. Empezamos la pre-temporada con 22 jugadores, el número más alto desde que vine a MSOE. Comenzamos con un programa de preparación física muy famoso y duro en USA llamado Insanity (Que viene de Insane, que significa que no estás bien de la cabeza, en otras palabras) y después de 6 semanas de programa, seis días a la semana… ¡llegó el primer entrenamiento!



Para ese entonces, ya habíamos perdido 2 jugadores, y uno más decidió no jugar y centrarse en los estudios unas pocas semanas después. Pero como grupo, juntos, dejamos todo atrás, y nos centramos en lo que es importante, hacer piña.



Empezamos la temporada jugando el All-Engineering Classic. Un torneo que cada dos años junta a 4 de las mejores universidades del país en ingeniería. Un torneo que universidades como MIT no consiguió ganar y que MSOE ha ganado los 2 últimos años. Este año nos reúne con California Tech, Rose Human (Indiana), y RPI (Nueva York).



Comienza por tanto una temporada que será especial, no solo por el gran grupo de personas que tenemos, más unidos que nunca dentro y fuera de la pista; sino por tratarse también de la ultima aquí. Una temporada que tendrá a otro español en las gradas (Miguel, un golfista de Gijón ). Una temporada, en la que vuelvo a Ohio, esta vez a jugar un torneo en Cincinnati. Y una temporada, en la que viajo en el tiempo 16 años atrás, cuando jugué mi primer partido de baloncesto con La Dehesa, y que cambió mi vida por completo.






via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/winconsin/post/senior-year-blog

Retrato de una voz quebrada

Si Johann Most hubiera conocido a su nieto no le habría perdonado un tirón de orejas. Cuando el viejo anarquista alemán volcó sus iras en La peste religiosa no imaginó que un siglo más tarde una formación deportiva al otro lado del Atlántico haría de credo para uno de sus descendientes, tal vez, eso sí, el más afín a su vena radical, a su honda visceralidad.


Y aunque el nieto, según dijo, no quería saber nada de anarquismos ni políticas daría toda la impresión de aprobar alguna de las muchas diatribas del abuelo, y en especial aquella que proponía “eliminar a todo opositor”. En los términos del nieto, de nombre Johnny, la figura del opositor era la de todo rival de los Celtics. Y si el abuelo Johann, allá por 1882, tuvo que salir de Europa pitando como persona non grata el nieto tampoco es que hiciera amigos más allá de los confines del viejo Garden.



Por eso abuelo y nieto, pese a lugar, época y circunstancia remotas, eran sangre de su sangre, almas gemelas; y en las formas del menor se encontraría todavía vivo el espíritu de aquel alemán indomable que defendía a voces el terrorismo sin matar nunca una mosca. Algo hay, mucho tal vez, del subversivo Johann Most en el inclasificable Johnny Most.



De este último hablamos.



Si pudieran reunirse sus esputos al micrófono los rivales acabarían ahogados en una piscina olímpica. Si pudieran enunciarse de seguido sus improperios y salidas de tono y recogerlas en papel, la Biblia parecería un folletín. Y si en mitad de una pieza de María Calas coláramos uno de sus febriles accesos cabría aplicarle la terrorista por las leyes de la proporción fonética. Y es que el ardiente culto que el mariscal Goehring profesaba hacia Hitler y el nazismo lo sentía en su más profundo ser Most con Auerbach y los Celtics. Si en definitiva quisiéramos trazar el perfil de Johnny Most éstas y otras metáforas, acaso no tan moderadas, harían justicia al legado, único en el mundo, del último narrador deportivo del siglo XX.



Nacido en la pequeña Tenafly (New Jersey) en 1923, sus padres aprontaron su traslado al Bronx al regazo de la colonia judía en los años duros. Tan duros como que su padre, también John, trataba de abrirse paso como joven dentista despidiéndose a menudo de los pacientes con una palmada en la espalda. “No te preocupes, ya me pagarás cuando puedas”. La Depresión no perdonaba a nadie. Su madre, una inmigrante rusa, cosía a destajo y entre uno y otro el pequeño Johnny agradecía un plato diario en la mesa que sin embargo no le iba a librar de su condición enclenque.



Por eso, como sabiéndose impedido a otras glorias, de chaval soñaba con ser algún día narrador de las series mundiales entre los Dodgers y los Yankees y contarlo desde la mesa de prensa en el viejo Ebbets Field. La culpa la tenía su padre, que se lo llevaba a todos los sitios como un puñado de centavos y a quien había visto jugar a béisbol y hasta boxear. Inflamado de aquellos humos Johnny se hacía luego en casa narrando las peleas y sus pedacillos de épica y empleaba como micro un vaso o una bombilla.



En edad de tocar dinero el mozo haría un poco de todo por los subterráneos de la profesión, desde poner voz a cualquier anuncio a maquillar guiones en telenovelas de tres al cuarto. Una pequeña emisora de Pennsylvania le dio sus primeros dólares, a 80 centavos la hora, una miseria por jornadas interminables que abría por la mañana y cerraba a medianoche cacareando a cada hora el boletín de resultados. El dueño era un tirano, un tipo mezquino y detestable que no sentía el menor respeto por sus empleados. A los dos meses de entrar se metió con una compañera en presencia de Johnny y éste se lió a tortazos con él antes de acabar en la calle.







Después de haber combatido en primera línea de fuego poco podía temer de un sinvergüenza de baja estofa. Piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos Johnny había completado un total de 28 misiones al mando de un B-24 durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que fue condecorado hasta en siete ocasiones. Y más que dinero o éxito se trajo una tristeza inenarrable por el infierno de la guerra y los compañeros allí perdidos, lo que reflejó en íntimos y susurrantes poemas.



.........................................



The War Dead



I stood among the graves today


and swept the scene with sight


and the corps of men who lay beneath


looked up to say goodnight.


The thunder still, the battle done


the fray has passed them by


but as they rest forever more


they must be asking why.



.........................................



Su primer empleo decente vendría de otra emisora, la WNOC de Connecticut, donde volvía a vocear los resultados pero ahora se estrenaba narrando los partidos de baloncesto de la pequeña Norwich Free Academy. Gracias a ello, y con intención de volver a casa, pudo permitirse entrar en la WVOS neoyorquina, donde le encomendaron radiar al equipo de instituto de Liberty.



Una tarde, en el bucólico club de campo Grossinger, uno de los huéspedes bebía despreocupado en la barra del bar mientras la voz de Johnny salía del transistor inflamada por las evoluciones del equipo del pueblo. Aquel tipo era nada menos que Marty Glickman, la voz deportiva de la Gran Manzana, la música de Giants y Knicks. Glickman se vio atraído por el vivo entusiasmo que desprendía la radio.


Oye -inquirió al camarero-, ese muchacho es realmente bueno. ¿Tienes idea de dónde es? ¿Si puedo verlo por aquí?


Claro, es Johnny. Es cliente habitual.


Déjale un recado de mi parte ¿quieres? Dile que me gustaría verle.



Cuando al día siguiente Johnny apareció por allí no tuvo tiempo de pedir nada. “Mueve el culo y llama a este tipo. Quiere verte”. Al descubrir el mensaje del papelito Johnny entendió que el cielo tenía apellido.


¿Glickman? ¿¡Glickman!?



Y Glickman le dio así su primer trabajo en condiciones. Era 1948 y Johnny tendría por cometido narrar a Giants y Dodgers fuera de casa.


Andando el lustro siguiente Johnny recibió la oportuna llamada de un amigo. Le avisaba que Curt Gowdy, el locutor radiofónico de los Celtics, dejaba el cargo. “Oye, ¿no conocías tú al Auerbach ese?”. En realidad poco, lo que el mundillo deportivo al noreste hacía presumir. Pero tal vez lo suficiente como para atreverse a hacer la llamada . “Estaría encantado, amigo –le confió Auerbach–. Pero es algo que no depende de mí. Depende de Walter”.



Walter Brown, el dueño, había acordado realizar con Red una prueba de audición a varios candidatos, entre los que se encontraba Johnny, que tuvo la inmensa fortuna de hacer un Celtics-Knicks para ellos y firmar la mejor prueba de todas, por lo que Red Auerbach animaría a su jefe a decidirse por él no sin antes solventar un pequeño problema .


Si lo sé, Red. Es el mejor. Pero…


Pero qué.


No sé si nuestra audiencia aceptará a un neoyorquino.


Eh, Walter, mírame. ¿Y qué es lo que yo soy, eh? ¿Qué hago entonces aquí? –replicó con ganas el judío de Brooklyn.



Y Brown, que era hombre intuitivo, estampó su firma en un contrato a nombre de Johnny Most. Caía el año 1953. Ninguno de los dos hombres tenía entonces ni idea de que la voz algo retorcida de aquel tipo enjuto de 30 años haría de eco a las innumerables glorias que estaban por venir. Porque se olvida a menudo, incluso entre el seguidor más acérrimo, que los Celtics no fueron siempre una monarquía. Que de hecho en los primeros cincuenta padecieron muy serios problemas financieros que nada parecía poder resolver y que amenazaban disolución. Que sin títulos que llevarse a la boca el Garden apenas alcanzaba los tres mil espectadores por velada. Que Brown llegó a avalar la franquicia con su propia casa y que más de una vez pidió a los jugadores paciencia porque no había fondos para pagarles.



Y un buen día llegó Bill Russell. Y en torno a él una manada de hombres que sin frenos, a golpe de calendario, edificarían la más prolongada dinastía que el deporte americano iba a conocer. Johnny no anotaría una sola canasta. A veces ni pisaba la pista. Johnny tenía su rincón allá en lo alto de la balconada, “high above courtside” como gustaba de presentar; y desde su asiento, a sus ojillos de mochuelo, el baloncesto quedaba entonces reducido a un batallón verde, como si él mismo lo fuera, en una suerte de trayecto que entraba por los ojos, dirigíase al corazón y era a su través que la batalla salía por la boca, se hacía voz, viva voz rasgada, apelotonada, cavernosa y como prematuramente gastada.



Most sería el explosivo resultado de habituar una pasión desmedida a un espíritu incandescente. En 16 años el empacho fue tal que para 1969, cuando Russell se quita del medio, Most había vivido como narrador dos o tres vidas. Sus partidos se contaban por miles, las gestas por centenares. Y de cada uno de los títulos sentíase un pedacito.



Con esa fuerza que admiten los episodios más célebres, como epítome de una época casi irreal, el capítulo que más engordará la historia de aquel vasto entonces no pertenecía a una de las incontables Finales, ni siquiera a un duelo ante los Lakers. La escena elegida por el destino sería aquel robo de Havlicek en los últimos segundos de las Finales del Este de 1965 en su séptimo partido, cuando Philly, con Chamberlain en pista, disponía del balón con uno abajo.



La simbiosis que había formado con Boston era de tal armonía que pasaba por creíble imaginar al Leprechaun vivo. Y apoyado en el bastón era un micro y no un balón lo que llevarse a la mano. Johnny había erigido una fortaleza que nadie podría horadar en adelante, circunstancia que más de un inocente pudo sufrir sin saberlo.



En 1970 le fue ofrecido a Jim Karvellas, entonces voz de los Bullets, el cargo de narrador de televisión para los Celtics. Karvellas, como hubiera hecho cualquier otro, se vio atraído por la oportunidad. Pero fue lo bastante prudente antes de dar el paso. Decidió camuflarse en el anonimato y tomar el pulso a los aficionados directamente en Boston, a pie de calle. Como resultado lo único que extrajo en limpio fue que una gran mayoría bajaba el volumen del televisor para escuchar a Most. Y desconcertado, acudió a Wyn Baker, el director de la emisora que le había ofrecido el cargo:


- Wyn, es imposible hacer algo en esta ciudad junto a Johnny Most. Es como desaparecer, como jugar a perder.



Hasta entonces Baker ignoraba aquel problema. Si los anunciantes terminaban enterándose de que los espectadores no les oían los ingresos por publicidad corrían peligro de fugarse en tropel a pelear por su pedacito de radio. Baker dio vueltas al asunto buscando consejo.


Lo que tienes que hacer es sincronizar el audio de las dos señales –le repetían–. Mete la voz de Johnny en tu cadena.


¿Cómo? ¿Sin nadie en el estudio? Ni hablar.


Al diablo el maldito estudio. ¿No quieres espectadores de verdad?



Pero el director rechazaba la idea. La WBZ acababa de adquirir los derechos para emitir a los Celtics y Baker era uno de esos nuevos ejecutivos que llegaban pisando fuerte. En lugar de aliarse con la realidad quiso adelantarse a ella. Most no era cosa de los nuevos tiempos. Además, le resultaba feo, chillón y mal encarado, un tipo desagradable. De manera que Baker no movió ficha alguna.



No hasta que tres años más tarde la cadena decidió como solución intermedia llevar a Most a la pantalla y unirlo a Len Berman, un figurín impecable, de una corrección de manual.



El resultado, como cabía esperar, no pudo ser peor. Habituado a las aventuras en solitario, a interpretar la escena con escorzos y una mímica histérica Johnny aparecía junto a un muñeco de traje, perfectamente apuesto, junto al que debía además mirar a cámara. Johnny era monologuista. Y ni sabía ni quería ni podía dejar el aire pertinente a su acompañante, al que ignoraba por completo y cuya pulcritud convertía a la pareja en una grotesca contradicción. Al momento de darle paso, y no sin algún oportuno pisotón a escondidas, concedía a Berman cinco segundos y gracias. Johnny no sentía deber el menor peaje a imparcialidades y otras memeces.



- Vaya, es alucinante la brutalidad con que esos tipos se están empleando bajo los tableros.


- Bueno, John -matizaba suavemente Berman con una sonrisa - , ahora mismo el equipo está con un parcial reboteador favorable de 15 a 6.


- ¡Bah, lo único que eso demuestra es la garra de los Celtics!



Una sola temporada duró el estropicio.



El credo de Johnny Most era integrista. Y no había en su fe el menor disimulo. “En su mundo de color verde –recogería William Taaffe– todo jugador de los Celtics fue concebido sin culpa. En cambio todos los demás –árbitros, rivales y dueños, y en Philadelphia especialmente– lo hicieron corruptos".



Philadelphia, que Johnny vivió en sus dos grandes épocas, le era un escenario muy hostil. Con ningún otro locutor se las tuvo nunca tan tiesas como con Dave Zinkoff. Se ponía de los nervios cuando Zinkoff, a unos metros, se lanzaba a celebrar cada canasta de los Sixers. Johnny sentía que Zinkoff lo hacía para interferir en su narración, motivo por el que no reparaba en dardos en plena locución. “Ahí está otra vez el histérico, ¡encantado de escuchar su propia voz!”, elevaba Most para que el otro le oyera.



Su temeridad no tenía límites. Por eso no se arrugaba ante los espectadores rivales con los que no era raro verle engancharse. Tapaba entonces el micro y respondía desafiante. Y en los hogares de Boston, ante aquellos habituales vacíos que el transistor repiqueteaba, los oyentes no podían evitar la sonrisa sabiendo que Johnny se las estaba teniendo tiesas en plena grada, a solas, representándoles a todos ellos.



Most se hacía impensable en otras latitudes y culturas, donde habría concentrado en sus huesos las iras públicas. En cambio su figura despertaba esa entrañable benevolencia de los personajes auténticos, del verdadero motivo por el que Sports Illustrated lo calificó como “el locutor más exagerado del mundo”, descripción que ni el mismísimo Auerbach era capaz de objetar. “Every time we got fouled, we were killed. En términos artísticos Most era la viva representación de la comedia y la burla más absoluta a la coherencia.



Que un jugador fuera el auténtico demonio o un ángel de la justicia dependía de portar o no la camiseta verde. Los ejemplos son todo lo incontables que una prolongadísima carrera cabe suponer. Mientras Paul Silas no jugó para los Celtics era el carnicero, mientras Dennis Johnson no fue verde era el sucio, papel que pasó a representar Rick Robey en cuanto ambos fueron objeto de intercambio. Dennis sería ya por siempre D.J., que Most pronunciaba apretando los dientes. Cuando Jim Loscutoff repartía a diestro y siniestro era Jungle Jim. Pero cuando Mahorn y Ruland lo harían en los Bullets a mitad de escala que aquél eran McFilthy (guarro) y McNasty (asqueroso). Preguntado por estas salvajes incoherencias Johnny se defendía: “Bueno, es la angelical influencia que ejercemos en algunos”, en referencia a los villanos que un buen día decidían convertirse.



Most no soportaba a ningún rival por el mero hecho de interponerse entre la victoria y los Celtics. Si ese rival, en su objetivo, se propasaba de veras Most no reparaba en descargar toda su artillería. Tras la pelea con Jerry Sichting se refirió a Sampson como un “cobarde que elige pelear contra pequeñitos”. Lo mismo que a Moses Malone cuando engatilló algún puñetazo a un Bird aprisionado por su pelea con Julius Erving en el centro del Garden. Con Sampson y Moses incluso pudo mostrarse suave en comparación a Wilt Chamberlain, uno de sus enemigos más encarnizados al representar, primero, la hostilidad de Philadelphia, y después, de Los Angeles. Con Chamberlain, tal vez el momento más cruel, como elegido además para la cita, tuvo lugar tras consumarse la victoria verde en el séptimo partido de 1969, cuando el dueño de los Lakers, Jack Kent Cooke, había preparado desde horas antes la celebración para la victoria final con la banda de música, globos y demás confeti en cada butaca del Forum. Al término un Most desatado se relamía a placer: “Pinchamos sus globos, la orquesta de USC está recogiendo sus bártulos y el champán se ha quedado sin gas. Y luego ahí está el pobre Wilt, que probablemente esté poniendo hielo en su pupita mientras esconde su llorera con una toalla”.






Con Johnny tampoco había tabúes. Nadie le era intocable. A Magic Johnson le llamaba Crybaby, como lo había hecho antes con Rick Barry. Y si era Kareem quien estaba en juego repetía sarcástico “cuidado con tocarle, si le tocas es falta”. Johnny frecuentaba ficticios diálogos con algunas de sus dianas favoritas. “Tripucka es un quejica sin remedio. ¡Anda y llora, Kelly, llora!”. Y es que los Pistons, cuando el viejo Most acumulaba ya más de tres décadas largas a sus espaldas, pudieron representar su cloaca favorita, con quienes el odio se hacía psicosomático (“Me han llamado el idiota de la semana (…). Bueno, no sería como ellos ni por todo el dinero del mundo” ). Así Laimbeer fue el jugador a quien más perlas endilgó hasta hartarse de llamarle farsante o llanamente “sucia basura”. Con Isiah Thomas elevaba su desprecio a nivel literario al referirle como Little Lord Fauntleroy, con toda aquella carga homosexual que la cultura popular atribuía al personaje de la novela de 1885.



En nuestros días Most se habría puesto las botas con los llamados floppers, muy reales también en aquel entonces con Jerry Sloan a la cabeza de su lista y cuyas actuaciones describía como “hacer un Stanislavski” en referencia al método del artista.



En At The Buzzer firmaría Bryan Burwell, el hombre que describió su voz “como un puñado de gravilla resonando en una taza”, que Johnny Most nunca disculpó su devoción por los Celtics. A diferencia de su homólogo amarillo, Chick Hearn, que no tenía el menor reparo en criticar a los Lakers si lo estimaba justo, Most rara vez lo hacía con los Celtics igual que un hijo rehúsa hacerlo con sus padres entre extraños. “Oye, viajo con ellos, como con ellos, he compartido habitación con ellos, estoy con ellos constantemente y son mis amigos. ¿Cómo coño voy a ser objetivo? Pretender que me importe un bledo que ganen o pierdan es tomarme por un farsante y mira, eso es algo que no soy”, se despachaba el tipo a quien el baloncesto debe, entre otras decenas, la expresión “from dowtown”, que bautizó admirando los lanzamientos a distancia de Dolph Schayes.



Bajo sus lentes gruesas pero limpias Johnny ignoraba lo que los años ochenta le tenían preparado. De aspecto veinte años mayor de lo que su partida de nacimiento dictaba Most se sumergería en la última gran era del equipo con el peor estado de voz imaginable. Será de hecho la voz que pase a la historia como un fósil que rechazara salir del culo de la garganta. Por desgracia su voz era el termómetro real de su salud.



[En apenas dos minutos que recogen el periodo 1969-1986 se observa el gradual deterioro de su voz hasta parecer hacerla brotar del mismísimo averno]



Desde hacía ni se sabe Johnny venía fumándose dos cajetillas diarias. “Llevo muerto desde 1955”, repetía. Y no bromeaba. Poco antes de morir confesó que podía fumar unos 80 cigarros al día, nada menos que cuatro cajetillas. El tabaco le birló la dentadura tan prematuramente que en 1959, durante uno de sus accesos en un partido de playoffs ante Syracuse, se le salió de la boca, anécdota que siempre recordaría “cogiendo la pieza al vuelo, antes de caer balcón abajo”. Un infarto le paralizó la mano derecha en 1983. Aquel fue el primer achaque serio.






No importaba. Most, que nunca supo lo que era bajar la guardia, se iba a dar tan por entero en aquella década, la de su último gran banquete, que acabaría haciendo de sí mismo un viejo duende, una parodia, un paroxismo. Son muchos, tal vez demasiados los episodios rabiosamente instalados en la épica del deporte que llevan la insalubre impronta de su voz quebrada.



Así Johnny pondría especial intensidad a los últimos segundos de las Finales del Este de 1981, que consumaban la remontada (1-3/4-3) ante Philadelphia; el robo de Gerald Henderson a James Worthy que forzaría la prórroga y el empate en las Finales (1-1) de 1984, la canasta decisiva de Bird en el cuarto, su increíble buzzer a los Blazers en 1985 o el más célebre robo de balón en la historia moderna de la NBA dos años después. Pero acaso sus más desgarradoras series fueron precisamente las de 1986, como quien apura la última copa de vino, como si en lo más hondo de su ser supiera que era la última gloria que llevarse a la boca. El rebote de Walton al error de Dennis Johnson en el quinto de aquellas Finales coincidiría, para colmo, con una distorsión radiofónica que retorció su voz hasta lo grotesco.



En la profundidad de aquella cálida década es donde mejor situar a la tradición de colmar los bares y hogares de Boston la extrema acidez de la prosodia Johnny Most. En los últimos minutos de aquella última gloria Most pondría voz, cómo no, a la cima más alta en la carrera de Larry Bird. “Pandemonium”, repetía entonces en su enésimo trance desgarrado.



Aquella perfecta simbiosis prolongada en una década inigualable condujo a Mark Brenden a describir a Most como el pintor sonoro de las grandes obras de Bird. Del mismo modo que nadie imprimió mayor fuerza fonética a su apellido.



Transcurrida aquella última edad dorada el gran público había absorbido a Most como la cultura popular a los grandes cómicos. El personaje era necesariamente entrañable. Para entonces bastaba escuchar las innumerables promos y resúmenes en que su voz, como salida del infierno, hacía sufrir a los televisores. El público sabía reconocer la reliquia, el personaje de otro tiempo, el arquetipo del micro americano que el cine había parodiado hasta la extenuación. Y sin embargo Most era completamente real.



En un partido contra los Bucks de 1988 le ocurrió lo que podía haberle ocurrido muchas veces antes. Junto a sus vasitos de café, se agenciaba siempre un pequeño cenicero al que, entrado el ardor del juego, no hacía el menor caso. Con la ciega inercia del fumador empedernido que tira la ceniza sin saber dónde le acabó cayendo un pedacito de lumbre sobre el pantalón, del que empezó a salir un fino hilo de humo. Fue Glenn Ordway, a su lado, quien oliendo a quemado descubrió que el regazo de John estaba ardiendo avisándole de inmediato, momento en que los oyentes pudieron disfrutar de lo lindo:



Most: “OOOOOOHHHHH MY!!!!!”.



Ordway: “This is a first [risas]... Johnny has [risas]... lit [más risas]... his pants are on fire!!!! [carcajada]".



Mientras Ordway trataba de contenerse Most resoplaba abofeteando su pierna, al descubierto por la abertura encendida del pantalón, del tamaño, según confesó, “de una pelota de béisbol”.



Una de las más recordadas anécdotas de Most tuvo lugar durante el Open McDonald’s de Madrid en 1988. Los Celtics abrían fuego ante Yugoslavia y Johnny tenía el eterno defecto de no prepararse en absoluto los partidos. Se conocía la NBA al dedillo y los novatos se los descifraba la planilla que con un poco de suerte despachaba un Smith, un Brown o un Williams. Un equipo no americano, balcánico para más señas, le era la más absoluta oscuridad. De manera que tras el salto inicial el resultado fue el que cabía esperar:



“On the right, quickly it goes to... uh... I'm going to have a little trouble with the names at first”.



(…)



“Now the rebound is picked up by one of the big guys. This one... is... uh... Divatch [sic] underneath. He lost the ball but he gets it back outside to one of the little guards. And the shot is no good. The rebound by... uh...".



(…)



“Now quickly to a big guy and now to lefty. And he lost the ball. And now the little feller. Oh boy, I'm having trouble with the names”.



Apagando la década y los Celtics también lo haría él. Comenzó a padecer problemas de oído y, aun peor, de corazón. Sufrió un infarto y un triple bypass tras intervención a corazón abierto en septiembre de 1989. Tenía previsto volver a su asiento en noviembre, con el arranque de temporada, pero una recaída le previno de hacerlo hasta el partido número 29 del año. Aquel 4 de enero ante Washington el viejo Garden le recibió con una cerrada ovación y el viejo rompió a llorar. Se llevo la mano a una cara ferozmente arrugada. Era un anciano doblado, un pulmón consumido entre un puñado de kilos. Su energía vital se había disipado hasta el susurro.



Sería su última campaña en activo. Quiso volver en octubre, en la pretemporada como había hecho siempre. Pero su voz no tenía ya fuerza. Johnny quería. Pero no podía más y hasta costaba descifrar sus palabras.



Así en aquel mes de octubre de 1990, treinta y siete años después de la primera vez, en torno a tres mil partidos, cinco emisoras y 16 títulos narrados, la prescripción médica le apartó del micrófono, cuya retirada aprontaron con diligencia los Celtics el 3 de diciembre. Allí en lo alto del pabellón reposa, junto a las demás, una bandera en su nombre.







Y sin voz, que era todo lo que Johnny era, desapareció de la escena como una de sus bocanadas de humo. Por eso lo demás tendría lugar, como es infame costumbre occidental en los ancianos retirados, a espaldas del mundo. A principios de 1992 tuvieron que amputarle las dos piernas bajo las rodillas. Había contraído una terrible infección vascular. Meses después fallecía completamente mudo. Empleaba así su misma vida para protagonizar su mil veces repetido “It’s all over” . Se fue. Como si sus ojillos rechazaran asistir al desastre de los 90. Por primera dejaba a solas a Red Auerbach, que quedaba entonces como el único hombre vivo en formar parte de los Celtics durante sus 16 títulos.



Se había marchado un ejemplar único en el mundo, el último narrador deportivo del siglo XX. Hasta su muerte la gloriosa historia de los Celtics fue también la de un disco rayado de Johnny Most.




.................................................................






“The only thing worse than having heard Johnny Most


is never having heard him”


(Bob Ryan)






via Blogs ACB.COM http://blogs.acb.com/blog/elpuntog/post/retrato-de-una-voz-quebrada